Aquel día los dioses entornaron sus ojos como si, misericordes, concediesen una tregua, un breve respiro al menos.
Él, cansado del largo viaje, mermadas sus fuerzas, con la sensación de saberse vencido aun sin darse por derrotado, abrió los suyos para mirarlos frente a frente, esta vez respetuoso, esta vez agradecido.
Aceptó el regalo y no dedicó un segundo a valorar las dificultades venideras. No aquel día; aquel día respiró profundo, aquel día respirar sin pena ni dolor era más que suficiente.