El Club de los Libros Perdidos me regala (mi primera) lectura de Murakami, el agua con gas sigue fría una hora después (el vaso es bueno, algo tendrá que ver), este salón está en un palacio (en la misma plaza que un cofre de tesoros en forma de librería para bibliófilos), muy bajito suena jazz agradable (de sala de espera), las señoras de la mesa de al lado hablan (también bajito, ¡gracias!) sobre filetes empanados de mediodía. Leo la primera línea del primer relato: «Al cerrar los ojos percibí el olor del viento». Y, finalmente, me disculpo porque voy a retirarme, a ver de dónde viene y adónde conduce. El viento, el relato, el día que acaba.
